Un rinconcito de los andes en el corazón del Hatillo. Un local súper pintoresco, alegre, colorido, y súper vintage. Decorado con mucha publicidad del s. XX, y una especie de museo donde puedes apreciar desde un auto , destilería, rebanadora, etc de época. La atención es muy buena, le falta tener la formalidad de un menú y no presentarlo en el celular de uno de los trabajadores. La comida es excelente, le recomiendo ampliamente los pastelitos andinos, los tradicionales de carne molida con arroz bien guisados, de masa artesanal, crocante, y frita en su punto. También la pizca andina, cuya presentación viene en una ollita de peltre y viene acompañado con arepitas de trigo. Un lugar para volver
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