El ambiente recrea los 70s y otras décadas, muy retro y muy agradable. Los postres son muy buenos e incluso rebuscados porque es difícil encontrarlos en otras pastelerías. Lo malo es que no hay carta de menú, y que los precios se preguntan en caja. Apartando eso, lo recomiendo mucho como para pasar una tarde en un lugar diferente a lo común.
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