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Todo un ícono de Caracas. Ya no tiene aquella presencia mágica de su época de oro, ni tampoco tan buenos sándwiches y ni siquiera tan buen café. Sé que está en nuevas manos. Por ahí leí en una entrevista que su nuevo dueño quiere rescatar todo lo bueno de su mejor época: más le vale que le ponga más empeño, por el bien de este histórico café. Apenas era yo un muchacho, cefeinómano precoz, cuando iba a este lugar a tomarme un café bien servido. Mi padre tenía una marquetería en la Solano, ramo ya casi desaparecido. Y yo, muchas veces, a pesar de lo joven, andaba en plena búsqueda existencial. Toda esa zona era como un Camino de Compostela para mí. Peregrinaba hasta el almacen Vuelvan Caras, otro icónico lugar, justo frente a la iglesia, a buscarle un nuevo sentido a la vida. Un nuevo y extraño té, un ingrediente macrobiótico, un libro zen y lo infaltable: el té bancha japonés, que era bien caro, pero era como un tesoro muy preciado. De allí luego bajaba al Gran Café, la parada obligada, a tomar el café que me hacía meditar. Y luego seguía, cual peregrino, rumbo al templo de mi casa, no sin antes hacer una última parada en otro lugar sagrado: la Savoy de Sabana Grande, a comprarme mi bolsa llena de retazos de chocolate, para llenarme de serotoninas tres días seguidos. Al nuevo dueño y al personal de este café me gustaría alentarlos a mejorar la calidad de su menú, que lo hagan por todo lo que representa ese lugar, otrora lugar en el que se reunían no sólo personajes de la mafia, amigos de Mr. Charrière muchos de ellos, sino también el sitio en el que se reunían muchos intelectuales. Si necesitan ayuda, pueden contar conmigo. Reúno el perfil ideal: tengo cara de mafioso y tengo un gran aire de intelectual también. Mi presencia allí les podría ayudar mucho. ¿O qué es lo que esperan? ¿Que una pandilla de reguetoneros comience a frecuentar el lugar y se instale allí a rebajarles más el nivel? Si permiten eso… les deseo buena suerte.

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